La mañana del 11 de febrero nos sorprendía con una triste noticia, Enrique Foncea había fallecido.
Enrique, dejas un gran vacío no sólo por tu tamaño físico sino por tu sabiduría, buen humor, ilusión y por tu sonrisa franca y noble. Esos inventos y curiosidades que les enseñabas a los chicos para que entendiesen bien las lecciones( dientes de tiburón, calienta platos, cuerdas con tornillos para explicar las cadenas del ADN, las botellas unidas llenas de agua para explicar no se qué efecto)
Tu dedicación y entrega. Qué bonito era escucharte cuando les contabas a los alumnos tu experiencia como misionero en África. Se quedaban boquiabiertos cuando les enseñabas las ropas y la alfombra que te servía de cama allí en África.
Como te reías cuando después de dejar que tu barba creciera un montón decidías cortártela, había que mirarte dos o tres veces porque parecía que había venido un profesor nuevo.
Tu bicicleta y tantas cosas…
GRACIAS POR TODO, HA SIDO UNA SUERTE CONOCERTE.
Ahora hemos de decirte adiós aunque no queramos.
Lo hacemos con este bonito poema que fue leído en tu funeral y escrito expresamente para tí por el Hermano marista Luis.
Adiós, Enrique.
¿Por quién doblan las campanas en duelo cuando su melancólico tañido recorre en tumbo el valle de los sueños y deja a su paso todo sombrío?
¿Por quién alzamos los brazos al cielo
y los cantos, que se hacen más bien grito,
en esta mañana tan inclemente,
maltrecho el corazón, y encogido?
Tus sendas, Señor, son misericordia,
pero conllevan renglones torcidos;
no dañan tu imagen, pero la esconden;
nuestros ojos no leen de corrido.
Con renuncias e infartos matinales,
sacudes modorras de andar cansino;
algo dirán estos aldabonazos
a nuestra fe vacilante y sin brío.
Biurrun, treinta años hacia atrás,
fiesta de la Cruz, madero divino:
comienza su andadura el noviciado,
Enrique está en el cuarteto aguerrido.
Alma noble, corazón generoso,
palabra fácil, firme en sus principios;
hijo de casa y abierto al entorno,
buen diamante si el crisol le da brillo.
Dos años de forjados y cimientos,
entre pucheros, azadas y libros,
expulsados los miasmas por el cierzo,
que vaya emergiendo el marista sencillo.
Era un nuevo Hermitage en construcción,
aunque sin río, telar, ni molino;
abrir zanjas, y al espíritu el oído,
beber en el Gier el sello primitivo.
Como buen navarro, siempre p’alante,
cual Javier, el impaciente divino;
fiel a sus tradiciones seculares
y abierto al mundo en misionero espíritu.
Jesusa, fuerza y corazón grande,
ahogada por sollozos te habrá dicho:
¡la herida de viudedad reabres,
pero has reencontrado a papá, hijo mío!
Tu amplio saber en Biología, Enrique,
se ha convertido en jardín, paraíso;
paseando con Dios al atardecer,
darás nombre a cada planta con tino.
Vive para siempre en la paz eterna,
mirando en la Madre el rostro divino,
y acogiendo en ellos nuestras súplicas
aviva el ardor siguiendo a Marcelino.
Luis (Lardero: 12-2-2013)